Dicen que tienes veneno en la piel

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¡Cómemelo! Y yo sospeché. No por nada en particular pero sí por todo en general. Nunca te había gustado el sexo oral. Recibirlo, quiero decir, porque regalarlo era algo impensable para ti. Y de repente: ¡Cómemelo! Como una madre autoritaria que insta a su hijo a comerse la sopa bajo un tono de amenaza intuida. ¡Joder! Y a mí me gusta el olor a sexo, el sabor a sexo. En realidad me gusta todo lo que incluya la palabra sexo. Eso no se hace, no señora. Eso está mal. No puedes jugar así con la gente. No puedes ponerme el caramelo en la boca esperando que me atragante con él. Porque soy débil, y bastante lento de reflejos, y porque cuando dominan mis genitales mi raciocinio se rinde de manera incondicional. Pero sospeché. Por el tono, por tu cara, y por tu ropa interior de estreno. ¡Cómemelo! ¡Cómemelo! ¡Cómemelo! Insististe, pero extraña cara de lujuria fingías mientras clavabas las uñas en tus rodillas. Te ví sangrar, pero tú come que me come. Eso no se le hace a alguien que tiene hambre, ostia. Porque al final me agaché, aun conocedor de la irrealidad de la situación. Al principio acerqué la lengua por su punta, como quien prueba la nieve por vez primera; pero, a diferencia de esta, el tacto era cálido y el sabor rezumaba acidez. Pero coincidían en humedad, aunque la tuya no correspondía a su naturaleza interior, sino al líquido con el que habías abrillantado tus labios inferiores. ¡Cómemelo! Y a mí, aunque me olía raro y me sabía aún peor, no me quedó más remedio que obedecerte; por sumisión, por hambre, por curiosidad y por macho.
Ahora muero en agonía sobre una camilla olvidada en el pasillo del hospital y en mi garganta quedan ecos de tu aliento artificial. Y mientras esto sucede no puedo evitar el estado febril, el mismo que me hace pensar en el árbol de la sabiduría, en el veneno de la serpiente, en la fruta que no has de comer. Por lo menos tengo claro que te odiaré cuando me apedreen a la entrada del paraíso.

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http://www.delazonaoriental.net/2011/04/14/mujer-se-pone-veneno-en-la-vagina-para-envenenar-a-su-esposo-mientras-le-hacia-el-sexo-oral/

Antes de entrar

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Aconteció y no recuerdo haber estado allí. Supongo que debí desaparecer en una inhalación mientras intentaba recordar la vida. Luego se me adelantó el futuro para convertirme en alguien a quien poder olvidar. Y me habría acostumbrado a la inexistencia de no haber sido por aquella voz. Familiar me resultaba su tono, pese a que la distorsión del grado dimensional la transformaba en eco de un viento inmóvil. Pero no me costó reconocer su manera de ordenar las palabras, la incorrección de su léxico, los silencios torpes y el torrente introspectivo de una mente inconexa.
Yo no existía pero sin embargo la vida se dibujaba y borraba a mi alrededor al ritmo del aleteo de una mariposa. Era la voz la que no me permitía escapar de un plano que se encontraba tan alejado del principal como del secundario, sin saber cuál ejerce de tal, y sin saber hacia donde debía derivarme la lógica. Constancia a cambio de deshilachar la madeja de la supervivencia. Mi narradora personal expirando vocablos de vida por mí, regalando historias que ya no podría recuperar nunca jamás.
Un día el mundo se plasmo de nuevo ante mí, tan distorsionado y confuso como una orgía de acuarelas. Entonces noté el calor de su cuerpo sobre el mío, la humedad de su sal sobre mis labios resecos, el aliento a tabaco y café penetrando con intensidad a través de mis fosas nasales. Fue el puro instinto lo que hizo que mi boca buscase uno de sus pechos desnudos. Lo besé con intensidad, con un cariño animal que no creí albergar más allá de la indolencia de la sociedad. Y mamé, mamé durante horas, durante días, durante camas y enfermeras. Hasta que al fin pude recuperar mi voz, aquella que no había escuchado nunca. “Mamá”. Y ella lloró.

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http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/joven-chino-despierta-del-coma-despues-anos-969851

Dame un beso

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Dame un beso. ¿Solo uno? Solo uno. Y durante veinticuatro horas te besé. Veinticuatro horas en las que no separé mis labios de los tuyos, en las que no aparté mis ojos de los tuyos, en las que no alejé mi piel de tu piel.

Dame un beso y solo uno. Y yo te besé. Tu aliento fue mi oxígeno y mi saliva tu alimento. La calidez de tus labios tornose fuego con el avanzar de los minutos. Veinticuatros horas en las que no pude pensar en nada más que no fuese seguir besándote.

Dame un beso. Y yo te besé. No había espacio entre nuestras bocas para las palabras, y eso fue lo mejor. Yo no te pedí nada y tú no tuviste que inventar sentimientos. Me regalaste un día de tu vida a cambio de un beso, el mismo con el que yo pagué lo que tú nunca quisiste venderme.

Dame un beso. ¿Solo uno? Solo uno. Y solo uno nos dimos antes y después de volver a convertirnos en extraños. En nuestra inocencia, al tiempo creímos poder burlar veinticuatro de sus horas, y él dilapidó el resto de nuestra existencia por tal osadía.

Dame un beso. Y yo te lo di. ¿Solo uno? Solo uno. Y durante veinticuatro horas te besé.

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http://actualidad.orange.es/insolito/una-pareja-tailandesa-se-da-beso-mas-largo-historia-por-san-valentin.html

Muerte en tinta

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Llegaron por la noche y detuvieron al niño. “Homicidio en primer grado” explicaron a los padres. “¿Quién es la víctima?” “Su profesor de filosofía”. Pero aquello no era un eximente. Se lo llevaron. Le torturaron. Y el niño lloró. “Eso no se hace” “¿Por qué?” “Porque está mal” Pero once años era poco tiempo de existencia para poder comprender el significado de la maldad de los mayores. Le encerraron en el cuarto oscuro la primera noche. Lo trasladaron al cuarto de las ratas la segunda. Al tercer día lobotomizaron su cerebro. Dos cirujanos de oficio seccionaron y extrajeron la imaginación de su cabeza. Un aspirante a párroco expulsó a las emociones de su alma a través de un exorcismo y le regalo una Biblia para que lo nutriese de valores y sufrimiento. A la semana lo reinsertaron en la sociedad, pero no le devolvieron su plural arma homicida. Los plastidecores y su cuaderno de dibujo ardieron en hoguera pública a modo de ejemplo populista. Y al niño le cambiaron su capacidad de dibujar por una formación que le convirtió en adulto.

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http://actualidad.orange.es/insolito/detienen-un-nino-11-anos-por-sus-dibujos-amenazantes-contra-su-profesor.html

Malos Tiempos

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- Ya están ahí.
- Ya veo, ya. ¿Te vas a comer eso?

Juan desvió la mirada hacia el único torrezno que quedaba sobre el plato.

- Cómetelo tú, que yo no debería comer tanta sal –aunque al momento volvió a concentrar su atención en el exterior del bar-. ¿A cuántos habrán enviado esta vez?
- Buf, pues no sé –masculló David mientras trituraba el aperitivo con sus dientes-, pero hay dos furgonetas.
- ¿Veinte?
- Bah, no creo. Échale unos doce o quince.
- Puede ser. ¿Pedimos otra ronda o cambiamos de bar?
- Espérate un momento, que quiero ver si cargan.
- Venga, no me jodas. Como te gusta el morbo…
- No se trata de morbo, cabezón. Solo quiero ver si ese tipo sigue echándole güevos o se acojona con los antidisturbios.
- Pues ¿qué va a hacer? ¿Tú que harías?
- Siempre igual –y acabando de un trago con lo que le restaba de caña prosiguió-. ¿Tú te acuerdas de cómo era esto antes? Dabas dos pasos y se te cruzaba un tío pidiendo, dabas dos más y te tropezabas con un perroflauta haciendo malabares, y en la esquina siguiente te encontrabas con el negro y su puto saxo.
- Sí. Era bueno el jodío ¿verdad? Y ese sí que tuvo dos santos cojones.
- Así le fue.

Juan se giró hacia la barra e hizo una señal al chaval que limpiaba un vaso tras ella para que sirviese dos cervezas más.

- Malos tiempos para la lírica.
- ¿Qué? –preguntó David volviéndose hacia su amigo.
- Nada. Solo decía que no son buenos tiempos para ser músico.
- Músico callejero…
- Eso lo que menos.
- Puto país. En fin, ¿vas a bajar a ver el partido esta tarde?
- Ya te diré. Depende de que lleve o no a la parienta al Carrefour antes.
- Pues entonces llévala.
- Ya, supongo.

El chaval dejó las dos cañas y retiró las vacías para que Juan y David pudieran brindar por el éxito de su equipo.

- ¿Salimos a echar un piti?
- Esa es otra.
- ¿Qué?
- Nada. Pídele dos vasos de plástico.
- Pues yo estoy pensando en dejar de fumar.
- Tú sabrás –y señalando hacia el exterior de la cristalera añadió:- Mira, al final se ha achantado. Parece que está recogiendo los trastos.
- Mejor, porque para acabar como el negro…
- Sí que tocaba bien el jodío, sí ¿Has pedido ya esos vasos?
- Ah, no. Ahora mismo. Creo que esta va a ser la última vez que me verás fumar.
- Tú sabrás.
- Pues yo creo que tú deberías hacer lo mismo.
- Puto país.
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http://www.rollingstone.es/concerts/view/madrid-prohibe-la-musica-en-la-calle

La osa que cayó del cielo

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De no haber tenido un blanco pelaje, las otras estrellas no la habrían repudiado. Dicen que fue la favorita del sol, y hasta las leyendas aseguran que era hija de la misma luna. Por las noches, saltaba entre sus hermanas, dibujando figuras en el cielo con su estela. Su brillo era del mismo color y pureza que la nieve. Amaba su condición y amaba a sus hermanas; pero estas, egocéntricas sílfides de fugaz existencia, envidiaban la libertad de su naturaleza y el encanto que despertaba entre los astros. Poco a poco, la distancia entre ella y sus hermanas fue ampliándose, convirtiendo su parcela en un agujero de negrura y soledad. Su brillo se fue apagando y, cuando el último aliento de energía desapareció, la osa cayó del cielo. Así fue como durante una eternidad descendió y descendió en su melancolía, atravesando espacio, planetas y galaxias. Y continuó cayendo hasta que fue recogida por el regazo de la luna.

Dicen que fue la favorita del sol, pero las leyendas aseguran que fue la luna quien la convirtió en monarca de su constelación. La mayor de todas.


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http://www.telecinco.es/informativos/curiosidades/noticia/100027383/El+oso+caido+del+cielo

Quiso, en un Reino

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Quiso un rey, un día, en un Reino, recompensar con las arcas reales a las familias de aquellos que perdieran su vida en combate.
Quiso un pueblo, una vez, en un Reino, volverse belicoso y buscar el honor en la muerte sobre el campo de batalla.
Quiso un Reino, hace tiempo, en un suspiro, enviudar y perder a sus hijos.
Quiso un hombre, un día, en un Reino, recordar los años en que sus ojos de rey vieron teñirse de rojo una tierra que siempre había sido fértil y tranquila.
Quiso una mujer, en un Reino, una vez, tornarse la más rica del lugar por ser quien más hijos había perdido sobre el campo de batalla, en combate, un día, en un Reino.