La más bella de las mujeres

Aconteció que un día ella amaneció segura de que podría ser más hermosa a los ojos de los hombres. Así fue como ennegreció el natural de sus ojos claros. Su piel, tan blanca como la nieve en una postal, adquirió tonalidades rosáceas que tomó prestadas de productos químicos envasados en países extranjeros. Su cabello, hasta entonces liso y sedoso, adoptó formas imposibles de peluqueros reconvertidos en artistas. El arco iris esparció sobre las uñas de sus pies y manos, mientras colgantes, pendientes y pulseras se enroscaron sobre su cuerpo como culebras artificiales. De la comodidad en el vestir pasó al tedio de calurosas y llamativas telas.
Después, como broche final a su obra, escondió su sonrisa para siempre tras un posado de vanidad, inconformismo y fatalidad. Porque aconteció un día en el que ella amaneció segura de que podría ser más hermosa a los ojos de los hombres.
Con el tiempo entrecruzamos nuestros caminos y, pese a cruzar las miradas, no la reconocí, ni tampoco supe descubrir su belleza; yo que antaño la idolatré… yo que después, incapaz de descubrirla, dudé de si tenía ojos, dudé de si era hombre.

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